The God of Words I - Capítulo 09




Capítulo 09


EL MENSAJE

PARTE II

-   Sola, me dejó sola, lo único que necesito es que una paja pase por esta calle… eso es todo.
Después de que Rayén saliera volando de la hostería, Mariel sintió el desplante más grande que le había hecho su amiga hasta ahora. El asunto de la renta decidió posponerlo así que salió de ahí renegando de Rayén, miró su reloj de pulsera y pensó que aún era demasiado temprano como para ir a recogerla por lo que decidió ir a casa y cambiarse de ropa.

Tras recorrer ocho minutos en taxi, abrió la puerta y subió corriendo las escaleras de su hogar hasta llegar a su dormitorio. Entró a su inmenso closet y escogió un vestido de jean azul, bastante revelador, que combinó con unas sandalias charoles de idéntico color. Se pasó el peine por la cabeza un par de veces, pintó sus labios de tono café y después de guiñarle al espejo, salió. 

Estaba a punto de girar el manubrio de la entrada principal cuando la voz de su padre la detuvo.

-   ¿A dónde vas ahora Mariel?
-   Voy a recoger a Rayén a su universidad, dijo que pasara por ella a las siete y que regresaríamos juntas.
-   Falta más de media hora para las siete, exactamente cincuenta minutos, no creo que te demores tanto en llegar allá.
-   Sí pero no quiero llegar tarde, luego ella se molesta y esta vez quiero ser puntual.
-   Bueno, ¿fuiste a ver lo de tu apartamento?
-   ¡Sí!, pensaba que fuese aquí para no tener que ir a estudiar a otro lado, encontré un buen sitio.
-   Pero si estudiarás acá no tienes porque vivir en otra parte…
-   ¡Papá!, ya hemos hablado de eso ¿sí?
-   Ok…


Mariel entristeció al ver el decaído rostro de su padre por lo que fue hacia él y besó su mejilla antes de despedirse. Desde pequeña había sido excesivamente consentida y berrinchuda, le costaba trabajo respetar a sus padres pero empezó a hacerlo desde que una niña mayor la rezongaba; en el fondo adoraba a papá y mamá, y daba gracias de tener a los dos junto con ella a diferencia de muchos. La razón de mudarse cuando ingresara en una universidad, se debía a un simple capricho de querer ser más dependiente de ella y no de otros aunque sabía que las palabras de Rayén eran más que ciertas. Mariel aún no podía desligarse de la manutención que le brindaban sus padres y eso la enfurecía, mas ella pensaba que desaprovechar el dinero que podía gastar ahora era una bobada.  

Había un vestido en el mostrador de una prestigiosa boutique que no paraba de examinar en cada oportunidad que conseguía, siempre se detenía frente al cristal que lo encerraba para admirar la consistencia del tono negro del que estaban compuestas sus sedas. El día de comprarlo llegó, antes de que anocheciera Mariel entró en la tienda y salió con la bolsa de papel que contenía la gala, estaba tan contenta de poseer al fin el traje que no se fijó en el tipo que la seguía. Llegó a un callejón estrecho, caminó dos pasos cuando sintió un brazo rígido y peludo envolver su cuello, apretaba tanto y tan fuerte que Mariel comenzó a perder el aire; soltó la delicada bolsa para intentar con ambas manos librarse de la asfixia sin embargo le fue imposible. 

Al poco tiempo perdió toda esperanza; resignada, a punto de dar su soplo final entrecerró los ojos, lo último que hubiera esperado era oír los gemidos de su atacante muriendo antes que ella. Se despertó de golpe y se liberó del delincuente, después de toser un poco y reponerse volteó para ver la escena, el criminal estaba siendo estrangulado con un cable de teléfono por un tipo de atuendo refinado.

Una vez terminado el trabajo, el asesino arrojó el cuerpo al piso. Éste cayó inerte encima de la bolsa con el vestido que Mariel soltó, ella estaba absorta contemplando la víctima y no conseguía retirarle la mirada de encima; el hombre que la ayudó le sujetó la muñeca y la sacó a las vías públicas donde le ordenó que actuara normal y siguiera andando. 

Estuvo a un paso de morir aquel día y se encontraba en la incertidumbre de lo que le haría el hombre después. Hiperventilaba exasperada y no era para menos, caminar a lado de un matón no era fácil aunque él la auxilió eso no le quitaba el estigma de la muerte. Gritar no era conveniente, él podía someterla sin dificultad así que decidió actuar infantil y caprichosa como era su especialidad. Todo saldría bien si no hacía nada tonto, los centros comerciales están siempre repletos de gente por lo que no tendría oportunidad de atacarla aun si quisiera, usaría como excusa aquel vestido y lo presionaría para ingresar en algún negocio rebosante de personas; todo estará bien, todo. 

-   No te preocupes, no soy peor que él. Preferiría no haberlo matado pero era necesario hacerlo. Perdón si te asusté.
-   No te perdono, ¡No te perdono!
-   Juzgo que no es fácil, no espero que lo entiendas aún, así que tómate tu tiempo.
-   … ¡Tiraste el cuerpo encima de mi vestido!, no podías botarlo en otro lado, no podré recogerlo… ya debe oler a muerto, aj… ahorré tanto para conseguirlo, demonios voy a llorar…
-   Espera…
-   Mmm… cómprame ropa en compensación, ¡Ahora!
-   Eh… eh… está bien.
-   Yeah, jeje vamos ven.
-   Eres una niña malcriada, ¿ni siquiera me darás las gracias por salvarte?
-   No.
-   Jajaja, ya lo esperaba de ti.
-   ¿Ah?

La billetera del hombre no contaba con demasiado dinero así que se dirigieron al establecimiento más grande y con precios más bajos. Él escogió toda la ropa de la chica, la pagó e hizo que se la llevara puesta. Mariel se mostraba insatisfecha y reclamaba que esa indumentaria no era de su estilo, se dirigió a los vestidores para cambiarse pero el individuo le dijo que votó su traje anterior y debía resignarse a quedar así.

-   ¡Desgraciado!, ¿cómo puedes hacerme esto?
-   Jajaja, pero si te queda bien, jajaja
-   De qué hablas, parezco monja.
-   Cubrirte un poco no te viene mal después de todo, además esa falda y esos zapatos te serán más cómodos para lo que te espera, ya verás.

Mariel no alegó nada y se quedó gélida debido a las palabras pronunciadas por su compañero, tragó saliva y fue detrás de él fingiendo que nada le asustaba.

Iban por la acera criticando los ropajes nuevos, ella no había notado que la calle estaba totalmente vacía a tiempo, el tipo abrió la portilla de una garita telefónica y empujó a Mariel dentro de ella, la sentó y se le acercó para advertirle: Cuando nos volvamos a encontrar actúa como si no me conocieras, ahora no salgas de aquí por nada del mundo. Cerró la caseta y se marchó silbando con las manos en los bolsillos del pantalón.

(…)



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